adelantado a su tiempo.
Curado de sífilis, una enfermedad de transmisión sexual que contrajo producto del submundo y la promiscuidad de la época y ante una belleza más que evidente, se había comprometió con una vida simple, sana y natural dejando atrás el pasado oscuro de vicios y dependencias. Dedicaba largas horas a exaltar su vida familiar, nos hablaba de su esposa e hijos y el sacrificio que implicaba que estos últimos salieran adelante para lograr exitosas carreras. Era un Adonis redimido a fondo y convencido, en él pude observar que vestía siempre el mismo pantalón ceñido mostrando su talle extremadamente sudado en el área baja de la espalda producto de largas caminatas bajo el sol cubano. Siempre sin camisa podía verse un vientre plano y definidos músculos abdominales acompañado de un sudor penetrante el cual mostraba desinhibido debido a que eliminaba toxinas y otros detritos de forma espontánea y natural; un “olor a monte” combinado con flores del campo y yerba que siempre llevaba consigo, ya fuera un mazo de alguna enredadera o planta silvestre que encontraba en el camino, también una ramita que por su aroma colocaba encima de la oreja para espantar el molesto zumbido de los insectos. Era como un Green Man o el Hombre Verde de los Celtas, era de origen vasco, campesino de pura cepa y estampa. Una vez lo vi firmar un recibo de pago de miembro con una rúbrica que los grafólogos
determinarían la de un firma de un sujeto inteligente. Imponía silencio y respeto porque decía las cosas por su nombre, como mi abuelo pero con mal carácter. Era vital, su voz retumbaba el local de la Asociación Naturista Vida, todos le conocían y admiraban porque había absorbido un conocimiento extenso del naturismo a través de lecturas que ponía en práctica.
El Dr. Eduardo Alfonso se convirtió para los naturistas de la isla en un ejemplo y un modelo a seguir de esperanza de vida. Este
ex- paciente de sífilis nos contaba de las curas en el río Cambute de Guanabacoa que rodeaba la Finca Naturista frente al Cementerio de los Judíos en La Habana y que Alfonso le dijo que para salvarse debía hacerlo consumiendo alimentos crudos y cavar un hoyo profundo al lado del río para cubrirse de lodo hasta el cuello (fangoterapia) durante 48 horas expuesto al sol y al rocío. En su apoyo los miembros del club le suministraban porciones de agua para beber, le colocaban hojas de lechuga para cubrir sus ojos y protegerlo de los rayos del sol que bañaban la bucólica Finca de los Naturistas en Cuba.
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